ALLÁ / Lá-bas

September 7, 2000

Allá: Exposición de gobelinos y cerámica.
Textos por Osvaldo Sánchez
Septiembre 2000
La cicatriz / La cicatrice
La màquina / La machine
El manto / Le manteau

LA CICATRIZ

Es, encima, la herida que lo obliga a vivir.
Nietzsche

De un blanco sucio, como la bruma que teje esta temporalidad arcaica, vaga, casi fiel a cualquier forma de espera. Extensa opacidad, tenue y narcótica, donde broca el colmillo del jabalí, calcando en otra la cicatriz de Ulises, la rota capilaridad que urge el paño de todo relato, de este equívoco que llamamos devoción… sugirióme un dios que me pusiera a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable. Dibujos húmedos, ahora tan secos, finos muros, costra en que sedimenta la desmemoria de la sangre. Duro lugar, como el túmulo de un rey escita. Hecho de sangre, laja por laja. Así coagula el no-olvido, aquello que ya nadie es capaz de darnos y cuya muda solicitud fatiga. La herida del héroe, rota mil veces, se abre negra desbordando la trama circular, sin final aparente.
Suicidio de un relato que prometía su regreso, traía el cuerpo suyo y el rostro de otro. No es obsesión sino esa gesticulación de la sangre, uno discurre descontrolado en la muerte ajena. Es lo que ya nadie puede darnos. Nadie. Negra leche del amanecer te beberemos de noche. Que se repite y repite… si fuese una carencia ten aparentemente fácil, todavía posible de suturar, de bordar, de destejer. Aguardad, para instar a mis bodas, que acabe este lienzo – no sea que se pierdan inútilmente los hilos – a fin de que tenga sudario el héroe Laertes cuando le sorprenda la Parca fatal de la aterradora muerte. Hilos de sangre seca, esta vida sucia, con sus mecates sueltos, como si nadie se hiciera ya cargo. La ofrenda yace en esta costra.

LA MÁQUINA
La verdadera diferencia no está entre la máquina y lo vivo, entre el vitalismo y el mecanismo, sino entre dos estados de la máquina que son asimismo dos estados de lo vivo.
Deleuze y Guatari
Obsesión de un órgano. Destino es máquina. Trama secreta de aquello que plagia los engarces donde delira el embrión… y por la noche, tan pronto como me alumbraban las antorchas, deshacía el tejido. Fabricación nocturna de una temporalidad clon. Un manto enorme y brillante, abandonado en un más allá como una cápsula ajena. A manera de mortaja, de crisálida de cuarzo, alumbrando aquel jardín desierto. Las mujeres no deben tejer en los días de san Juan, ni durante Semana Santa, ni los días de todos Santos y Difuntos porque, cuando mueren, se les da en el Olón, mundo de los muertos, una chamarra para que tejan; esta tela nunca se termina, porque cuando ya va a ser concluida, se desbarata. Nudo con nudo, las semillas secas del amaranto ayudan a apilonar la sangre. Y cuando el muerto no puede viajar envían sus ropas. Ahí donde hilaba el olvido. Fardo, telón, ixiptla, sudario… máscara arquetípica de un tránsito sin destinatario real. Aquello que es arrojado por el amante, como bulto, a la metamorfosis que deberá liberarlo. Está ahí flotando, como olvido, impermeable es su aspereza, esta piedra de plata, esta botella en la arena, sílice en el sílice, navega en el sueño, de la ola de esperma a la cuna del tirano, negociando el perdón con el ciego poder que ejerce lo ausente.


EL MANTO
La relación con el rostro es, por una parte, una relación con lo absolutamente débil – lo que está expuesto absolutamente, lo que está desnudo y despojado- es la relación con lo desnudo y, en consecuencia, con quien está sólo y puede sufrir ese supremo abandono que llamamos muerte; así pues, en el Rostro del otro está siempre la muerte del otro y también, en cierto modo, una incitación al asesinato, la tentación de llegar hasta el final, de despreciar completamente al otro y, por otra parte al mismo tiempo –esto es lo paradójico-, el Rostro es también un “no matarás”.
E. Levinas
Propicio para rezar, en caso de tocar el suelo. El cuerpo del soñador viaja en su sudario, cuyos hilos se tuercen en direcciones opuestas, buscando la claridad de las sombras, el lustre de toda impureza. Si sabes tejer dejas de ser niña. La costra de esta oscura secreción, el flujo, el resplandor azulado indica la insolubilidad del índigo. Un rojo así siempre podría ser imitado. La herida que duerme en el tinte. Raíz de albaricoque, flor de amapola, corteza del cerezo, cáscara de granada, pétalos de tulipán, alizari… Costras vivas, producidas por el enfrentamiento de tales alquimias. Se seca del todo con piedra volcánica. Y lleve ornamento. El nombre cercano de quien deberá resplandecer más lejos, darnos sosiego. Fluir sin tener a la vista ese cuerpo insepulto. Sus capilaridades ahora del todo ordenadas, caligrafiadas hacia adentro, en secreto. Un diseño que en el destierro llaman La joya del Mohamed, El diamante navajo, La rosa de Sharon…
Frágil sepulcro, al destejer somos el súbdito ilustre. Colgando del cuerpo sin lavar, como un inmenso escapulario.

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