Mi trabajo siempre ha utilizado la superficie blanca como parte del proceso pictórico. La sensación de vacío o de obra inacabada me interesa. Era lógico que alguna vez me planteara la necesidad de hablar de la vejez en la misma superficie pictórica como punto de partida para tocar la memoria, el cuerpo y la identidad. Durante estos últimos años he revisado mi propia obra, para intentar descubrir el hilo conductor. Puedo distinguir que las marcas, las heridas y por supuesto las arrugas han ocupado un lugar preponderante como un tipo de escritura involuntaria hecha con y sobre el cuerpo. Esta serie tiene un fin similar, hablar de la pintura desde una superficie ya marcada por los viajes, por los cambios y accidentes que la van haciendo única. La obra también va adquiriendo una pátina con el tiempo, envejece, se fecha, como nosotros mismos.
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