EL RELATO DE LOS GLACIARES 1.- Mi identificación con un árbol podado fue lo que me llevó a considerar las formas de la naturaleza como un posible vocabulario. 2.- Nací en la ciudad de México pero mis padres vinieron de Yucatán. Vivíamos en una colonia apartada del centro, de creación reciente y con vecinos yucatecos. La mirada de mis padres siempre estaba puesta en Mérida y nuestra relación con la ciudad de México era ciega. Pude verla, al fin, a través de mi búsqueda de identidad como adolescente y después como participante de los grupos de artistas en los setentas. 3.- El paisaje era urbano, no había ningún interés por las montañas o las plantas. A los veinticinco años decidí volver a pintar y llegué a las flores por dos razones: la primera es que tanto mi madre como mi abuela las pintaban, era una actividad que hacían juntas y yo quería incluirme en esa cadena de pertenencia; la segunda es que mi nombre, que me puso mi padre para disgusto de mi madre, es Margarita Rosa. Con las flores vino un descubrimiento, gracias a un libro de fotos que me regaló mi mamá de Irving Penn: ahí estaba puesto el drama de la vida y la muerte, de la belleza en su esplendor y su decadencia. Ya había leído a autores japoneses y sabía que para ellos el Ikebana es una representación del cosmos. Es el cielo, la tierra, el hombre junto con los ciclos vitales lo que constituye el arreglo floral pero no fue sino hasta la experiencia de mi viudez que descubrí que el paisaje nos habla desde un lugar sentimental. 4.- La identificación con las flores viene de la relación que visualmente se ha establecido entre la mujer y la naturaleza. La Historia del arte, en las figuras de Georgia O´Keefe y Frida Kahlo, me dieron la pauta para reelaborar la relación que tanto mi madre como mi abuela habían hecho del tema. Si la visión feminista me dio un recurso para reformular mi trabajo y su relación con el cuerpo sin describirlo, tanto Mondrian como Beuys me mostraron que no podemos ser literales si queremos que la imagen no pierda su vitalidad. 5.- La viudez, mi desconcierto personal y finalmente la maternidad colocaron al paisaje como un lugar para experimentar mi sentido de pertenencia. 6.- He comprobado que formas simples establecen relaciones simbólicas complejas. No sólo escojo el tema sino la manera, la estrategia de abordarlo. La abstracción y la figuración son extremos de un recurso técnico para lograr diferentes tipos de representación de un paisaje emocional, no descriptivo. 7.- Mientras duró el viaje a los glaciares argentinos hice muchos dibujos a lápiz y con gouache azul. Para mí el dibujo y la escritura son semejantes, hermanas gemelas. Es posible que el dibujo contenga un relato de la misma manera que una frase dice en lo no dicho. Así que junté ese material con la sensación de tristeza que me provocaba el paisaje y la conciencia de su muerte. 8.- En 1985 murió mi hermano Rolando en un accidente de tránsito. No iba solo, estaba con su mujer y un colaborador extranjero. Unos conocidos que manejaban detrás nos contaron cómo pasó. No hubo sobrevivientes. Esta situación tan abrupta y dolorosa coincide con el temblor de la ciudad de México del 19 de septiembre. Yo vivía en unos condominios cerca de la UNAM. El día veinte hubo una réplica como a las cinco de la tarde. Todas las madres gritaron al mismo tiempo llamando a sus hijos. El grito me dobló las rodillas de miedo y me puse a empacar para irme, pero no podía decidir qué llevar. Al final puse cosas tan inútiles en la maleta como quizá lo que recuerdan las personas con alzheimer sobre su identidad. Mi mamá, que tuvo esa enfermedad, recordaba pintarse la boca, pero a veces también era capaz de morder el tubo de labios. Cada vez que veía a un niño se emocionaba. Jamás olvidó que tuvo hijos. 9.- Mi padre murió hace cinco años y mi hermano Juan José un año después, casi en la misma fecha. Esta última muerte causó más estragos de lo que se podría esperar, aunque la historia de rivalidad de mis hermanos mayores era legendaria. 10.- Escuchar el sonido del glaciar, el derrumbe, ese hueco que se oye, fue volver a escuchar el derrumbe familiar que hace ya muchos años había sido incapaz de ponerlo en claro en mi cabeza y en mi mente. Como en los fragmentos que vi vagar en el lago, hay belleza dentro de esta pérdida: puedo atravesar mi infancia de nuevo, de la mano de lo mejor de mis padres, sin deudas pendientes. Cada quien decidió sus límites y veo alejarse a buena parte de mis hermanos que fueron parte de mí y que sé voy a extrañar. Como en la muerte de mi primer esposo, murió una parte de mí. Como con el árbol podado, hubo un cambio en mi relación conmigo y con el mundo. 11.- ¿No es lo que aprendes cuidando el jardín, en la agricultura? Hay que podar para salvar. No hay nada más viejo que el sentido de pertenencia. La historia del paisaje es también la historia de la relación de diferentes elementos que se constituyen como un todo. Hacer con esto una animación es llevar ese relato tan personal y cargado a una metáfora de contemplación. No quiero juicios, sino poder presenciar y sentir la belleza y la dificultad de los cambios. Y no los hay sin pérdida. Quiero trazar un puente con este trabajo entre dos estrategias dentro del arte contemporáneo: desde lo contemplativo, que requiere una cierta lentitud, una emocionalidad abierta aunque contenga una estructura conceptual que permita ensamblar diferentes elementos; y la relacion que, a través del recorrido, de los textos explícitos o implícitos, da al espectador la posibilidad de reinterpretar la obra, o sentir el relato del paisaje. 12.- ¿Por qué no dotar de un sentimiento de contemplación a un medio que suele consumirse con rapidez? Darle cuerpo a esa emoción. Hay muchos artistas que justamente trabajan en esta necesidad de comunicarse con un público de una manera menos intelectual pero sí inteligente, vincular una imagen a una emoción personal, crear vínculos de pertenencia. En fin, hacer de la experiencia privada un lugar compartido.
Tel. (52 777) 317 3956. Cuernavaca, Mor. México.
oficinamagalilar@gmail.com.